Madre mía, pero como puede hacer tanto frío.
Estamos a mediados de enero y esto más que el sur de Salamanca parece Siberia.
Te levantas con las legañas todavía en los ojos y buscas corriendo la ropa
térmica, esa que, en lo que va de invierno, ha sido muy asidua a salir contigo
los días de caza. Hoy toca gancho de cochinos. A ver como se da el día.
Bajas a la cochera y acabas de preparar el
equipo. Cambias los choques de la escopeta, llenas el chaleco de balas y
cartuchos del doble cero y miras que en la mochila esté el cuchillo y demás
enseres. Lo metes todo en el coche, un poco arrebujado. Hace demasiado biruji
como para preocuparte de colocar todo minuciosamente.
Para variar, llegas tarde y parece que todo
el mundo te espera. “Disculpen la tardanza señores, pero la carretera esta
helada y el asunto no está como para correr mucho”. Se sortean los puestos y me
toca el número cuatro de la umbría. Un sitio ideal para pelar frío como nadie,
un sitio, en el que parece que lleva sin entrar el sol en torno a un par de meses.
Muy bien.
Tras una larga caminata sorteando escobas,
zarzas, brezos y algún que otro pedrusco lleno de escarcha, llegas al puesto y
la cosa no mejora. Te colocan en un rusco inmenso, desde el que se controla un
gran escobar, por el que supuestamente saldrán los bichos. Todo parece nevado
de la helada que hay y según comenta un compañero, estamos a unos siete bajo
cero. En ese momento piensas,”todavía me quedan unas cuatro horas aquí...”.
El frío entra hasta los huesos, a pesar de ir con más capas que una cebolla y llevar guantes, gorro y braga puestos. Te
mueves a lo largo de la piedra sobre la que estás, a ver si consigues entrar un
poco en calor. Olvidándote por completo de vigilar el trozo de broza por el que
deberían de pasar los jabalíes.
Tras dos horas encima del inmenso rusco ya no
sabes que hacer, caminas, bailas, mueves los dedos de los pies, te agachas…
pero no hay forma de calentar un poco el cuerpo. De repente, ves rancear algo por
debajo de ti, por el lado derecho, entre la maleza. Te apresuras a asomarte y
ves que un imponente zorro se cuela en los matojos que hay por debajo del peñón.
Cruzas apresurado pero en silencio, la piedra de derecha a izquierda,
esperando ver salir por el otro lado al astuto raposo. Pasan varios segundos
hasta que, muy despacio y cauteloso, hace acto de presencia por la pequeña
vereda, por la que le esperábamos.
Te das cuenta de que en el primer tiro tienes
puesta una bala y que en el segundo hay metido un cartucho de doble cero. Lenta
y silenciosamente ejerces un poco de presión con el pulgar sobre el selector de
tiro y cambias las tornas. El primero en salir será el cartucho y
posteriormente, si hace falta, la bala. Encaras la escopeta y muy despacio
sigues con el punto rojo, que hace las veces de visor, el lento caminar del
raposo, hasta que consigues ponerlo encima del animal. Lentamente aprietas el
gatillo y de inmediato sale el trueno, dejando al zorro petrificado. Por un
momento piensas que no le has dado y que el raposo está alerta, buscando de
donde ha venido el tiro y te planteas soltarle el segundo. Cuando vas a volver
a apretar el gatillo, el peludo zorro se desploma de lado. Tirascazo a unos
treinta metros de distancia. Para ser con la escopeta no está nada mal.
Pasan otras dos horas, en las que ya, bien
porque ha entrado un poco la mañana o bien por el lance vivido, no tienes tanto
frío. Al poco, avisan por walkie que ha finalizado el gancho y que se recojan
los puestos. Salgo apresurado y voy donde se encuentra mi víctima. Bajo con
tanta ansia y precipitación, que el hielo de una piedra me hace resbalar y
caigo como un muñeco de trapo entre las escobas. Me levanto maldiciendo y continúo
mi marcha con más precaución, hacia donde me espera el zorro muerto.
Después de algún que otro tropezón y resbalón
más, por fin, llego. Es un macho enorme, precioso, con un pelo tupido, muy
suave, de un color marrón amarillo brillante. Con una cola grande y hermosa, en
cuya punta destaca un gran mechón de pelo blanco.
Sale por fin el sol, cosa que se agradece
enormemente y con un café muy caliente rememoras con otros cazadores el lance
vivido. Por lo visto, he sido el único que he tirado. Después de todo, no ha
sido tan mal día de frío.
Vaya careto pones en la foto, parece que te estan metiendo un carambano por el...
ResponderEliminarFaltó poco para que pelase el zorro y me lo pusiese encima
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