18:32 de la tarde y tras recorrer 735km llego
a mi destino. Al bajar del coche te das cuenta de que, a pesar de ser mediados
de Noviembre, esto no es Salamanca y aquí el sol aprieta. Saludos y abrazos a
los compañeros que hace tiempo que no ves. Descarga el coche y deja los bultos
por donde se pueda, pilla rifle y linterna, que el todoterreno espera y hay que
ir al monte, que un cochino enorme está entrando en un puesto.
Hora y poco más de viaje y ya estamos en el
coto. Bonito paraje de traviesas de almendros que se pierden en el horizonte.
Mi puesto está en el centro de una de esas traviesas (allí conocidos como
bancales). Me sueltan con mi rifle y mi linterna y me dicen que los cochinos
entrarán a las almendras caídas que no se han recogido y que tenga cuidado que está
entrando uno muy grande. Yo, hombre criado en zona más bien boscosa y espesa
pienso para mis adentros “esto es un secarral y como que poco cochino va a
entrar aquí”.
Preparo el rifle, colocando la linterna
encima del visor y el pulsador cerca del dedo pulgar de la mano izquierda,
compruebo un par de veces si la linterna funciona enfocando el suelo y a pesar
de ser todavía día bien entrado, se aprecia que echa un buen chorro de luz.
Lleno el cargador de balas (no vaya a ser que tengan razón y entren varios
cochinos) y por ultimo ajusto los aumentos del visor para poder tirar bien a, más
o menos, unos 60 metros.
Poco a poco cae la noche, y con la
expectación y la atención puesta a cualquier movimiento que pueda haber, salen
las estrellas y con ellas la luna. Una media luna creciente, con una luz ideal,
que aparece muy pronto y nos acompaña hasta muy tarde. Las estrellas no solo
traen consigo a la luna, sino que, pegada a ellas, hace su aparición una
brisilla fría que se clava como un cuchillo helado. ¿Quien ha dicho que por el
sur no hace frio? Me tiemblan hasta las canillas, dejo el rifle y busco como un
loco los guantes y el gorro en la mochila y a pesar de ponérmelos el frio no se
pasa. Entonces recuerdo que debajo de mí, a un lado, en la oscuridad, hay un
terraplén que puede servirme bien de cortafríos. Bajo con cuidado y me siento
en el suelo buscando resguardarme. Olvidándome un poco de los cochinos y
pensando si todo esto no será una mala broma de mis compañeros, porque yo, en
ese momento, sigo pensando que donde estoy es un secarral y difícil veo que
ningún jabalí quiera personarse allí.
El terraplén hace bien su función y poco a
poco empiezo a entrar en calor, lo que no quiere decir que no siga teniendo
frio. Pero esto ya es otra cosa, estoy más o menos bien, a gusto, sentado,
disfrutando de la incomparable visión de un magnifico cielo estrellado y
acompañado por mi amiga la luna. ¿Qué más se puede pedir?
Una vez entrado en calor y viendo que el
tiempo pasa y que, como yo creía, en ese erial es prácticamente imposible que
entre otra cosas que no sea frio, me pongo a pensar en mis cosas y a divagar
sobre banalidades que no llevan a ningún lado pero, que por así decirlo, matan
el tiempo.
Estando ensimismado en lo mío, a lo lejos,
creo intuir que un bulto sospechoso se mueve entre los almendros. En un primer
momento creo que es una broma que me gastan la luna con sus luces y sombras y las
ramas de los almendros. Pero tras
observar con atención, me doy cuenta de que no, de que se mueve algo y no sé lo
que es. Encaro el rifle y miro por el visor y tras un poco de desconcierto,
intentando localizar lo que creo que se mueve, veo que realmente hay un bulto
negro que se desplaza lenta y silenciosamente por el “bancal”, entre los
almendros.
Me paro unos segundos, extasiado por la
sorpresa y después de esto, decido echarle la luz y ver qué pasa. Encaro
lentamente el rifle, pongo el bulto en el visor y muy despacio aprieto el
pulsador, que instantáneamente ilumina la zona. Allí está, majestuoso,
imponente, elegantemente tosco. Al verse alumbrado levanta la cabeza y mira
desconfiado. Momento que aprovecho para colocar la cruz del visor en una zona
donde yo creo que es mortal de necesidad. Con mucha suavidad aprieto el
gatillo, el tiro me sorprende y con el retroceso del rifle, el dedo deja de
hacer presión sobre el pulsador y todo se vuelve oscuridad. Milésimas de
segundo en las que se me pasan por la cabeza muchas cosas a la vez: lo habré
dado, lo habré fallado, estará herido, no se le oye correr…. Rápidamente vuelvo
a dar el pulsador de la linterna y allí esta caído, inerte e inmóvil, negro
como el carbon sobre una tierra más bien blanca.
Ya no tengo frio, ni guantes, ni gorro hacen
falta ya. Me acerco y veo que no respira. Un bonito ejemplar de unos 70 kg. No
es el gran macho que esperaba, pero estoy contento, he disfrutado del campo,
del frio y de mi amiga, la luna.
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