Discutimos telefónicamente donde encontrarnos
al día siguiente. A las seis y media de la mañana, en el espigón. Un espigón al
que solíamos ir con mucha asiduidad, famoso por ser una zona muy pesquera. Pero
que a nosotros, por el momento, no nos había dado resultados muy halagüeños.
Una par de peces lagarto, algún que otro espetón, un abade y un pargo de casi
un kilo, era todo nuestro bagaje en este, supuestamente, idílico lugar de
pesca.
El espigón era un enorme saliente de tierra,
de más o menos un kilómetro de largo, que se adentraba imponente en las
profundidades del océano. Estaba en la capital, a pocos minutos caminando de
las casas. Por ello, era fácil encontrar, a diario, gran afluencia de
pescadores, que trataban de aglutinarse, lo más posible, en las zonas más
distales de esta lengua de tierra en el agua, con la idea de pescar algo más y mejor. Este rompeolas protegía a un diminuto puerto en el que se alojaban unos treinta o cuarenta pequeños
barcos, que diariamente salían a faenar en la espesura del mar.
Con la luna todavía visible y con alguna que
otra estrella en el cielo, llegamos al sitio fijado. Aparcamos sin dificultad,
debido a la tempranera hora. Pillamos los trastos y empezamos a caminar hacia la punta del espigón.
En lo que llegábamos, desapareció la oscuridad y empezó a clarearse un poco la
mañana. Ese día no había nadie, salvo las gaviotas y multitud de pájaros marinos que deambulaban por esa zona en busca de algo que echarse al pico. Esto podía ser debido a que, ese día, hacía mucho
viento del sur. a nosotros nos daba lo mismo, era agradable ver que, por un día, toda la zona de pesca era
para nosotros.
Comenzamos a pescar de cara al viento,
lanzando hacia la zona más profunda y después de poner todo tipo de peces
artificiales, algún que otro jig y varios vinilos, empezamos a tener la
sensación de que ese sería otro día como tantos, uno de esos en los que
volvíamos a casa con las manos vacías. Además, el viento de cara era muy fuerte
y hacia muy molesto el lanzado y por consiguiente la pesca.
Con la decepción ya dentro de nosotros,
barajamos la opción de marcharnos a llenar el buche con un buen desayuno. Finalmente,
decidimos probar a pescar de espaldas al viento. Alentados ante la visión de un banco de peces pasto,
jugosas golosinas para cualquier tipo de pez depredador. Dicho y hecho, a
lanzar como posesos. Daba gusto zarandear la caña y ver como la muestra,
ayudada por el viento, sacaba y sacaba hilo en pos de un vertiginoso vuelo que
terminaba en el agua a una gran distancia. Pero salvo esta gratificación, nada.
Continuaba nuestra mala racha y no había forma de capturar ningún pescado.
Pasado un buen rato y después de recorrer
varias veces el espigón de arriba abajo, uno de nosotros decidió cambiar de
tercio y tratar de pescar algún pulpo que se encontrase por la zona. Dejar de
lado los señuelos artificiales y colocar una gran potera en el final de la
línea al que sujetar un buen pedazo de sardina. Sabroso bocado, listo para la degustar,
por tan deseado cefalópodo.
Estando abstraído en cortar, anudar y
preparar el nuevo cebo, se escucha el desgarrador sonido del carrete forzado.
Por lo visto, el pulpo tendría que esperar todavía un buen rato. Un “rapala”
imitación caballa y las buenas artes pesqueras habían hecho bien su trabajo y
habían conseguido engañar a un gran pescado. Tocaba trabajar.
En un abrir y cerrar de ojos el pescado ya tenía
sacado casi medio carrete de hilo. Debía de ser enorme. Tras este fulgurante
inicio, el pez pareció relajarse y dejarse hacer. Poco a poco se empezó a
recuperar el sedal perdido y en menos de diez minutos estaba ante nuestros ojos
la magnífica presencia de un imponente atún. Reconocido al instante por su
estilizada silueta y su brillante color gris azulado. Ante la impasividad del
pez empezamos a recorrer, con el bicho enganchado, los más de cien metros que
había, hasta el único sitio por el que podíamos acceder a él. Unas escaleras por las que se embarcaba y
desembarcaba a los pocos barcos que había en el puerto, zona de ya poca hondura.
El lugar perfecto para poder echarle mano.
Bien porque los anzuelos del señuelo
empezaban hacer más daño, bien porque empezó a darse cuenta de que la
profundidad del agua mermaba o por lo que fuese, la conducta del pez cambió.
Vuelta a tirar como un poseso. Sacando, otra vez, en pocos segundos una gran
cantidad de metros de tanza. Vuelta a empezar. Cuarenta minutos de lucha, de
ida y vuelta del pescado, de un intenso tira y afloja, que terminó con el pez a
unos metros de la orilla, dando vueltas sobre sí mismo, unido a nosotros por el
fino sedal.
La tensión de ver un atún a tan
solo unos pocos metros, hizo que nos planteásemos alguna que otra idea un poco peregrina.
Eso de quitarnos zapatos, calcetines y pantalones y meternos en el agua tras el ya bastante
cansado pez, como que podría resultar algo marciano. Más que nada, porque las
probabilidades de que el pez liase el nailon en torno nuestra y acabase con
nuestros huesos en el aguan y el marchándose, eran muy altas. Así que tocó seguir, con sangre fría, esperando que el fenomenal atún
se cansase un poquito más.
Las vueltas concéntricas que daba el pez, le
hicieron ir acercándose más y más a la orilla, hasta que finalmente estuvo a
tiro de piedra. Pasaba cada pocos instantes a nuestro lado, como un patito de
feria, cosa que aprovechábamos para intentar pillarlo por la cola, o por donde
se pudiese. Lo tocábamos e incluso había ocasiones en las que lo cogíamos, pero
se zamarreaba y se escabullía. Finalmente el animal extenuado acabo por
rendirse, se dejó y vino mansamente hasta donde estábamos, sacándolo finalmente
del agua.
Impresionante atún.
Con él, cogido por la cola, recorrimos el camino de vuelta al coche, esperando
poder toparnos con algún que otro pescador ante el que presumir. Pero ese día,
el viento parecía ser demasiado y nadie decidió acercarse al espigón. Bendito aire.
Para un dia que cogemos algo decente, y en el muelle ni un alma...
ResponderEliminarY tu haciendo el pollamona con la pulpera, ya te vale!! Y eso que te avise, cambia cambia!!!!! que me siguen dos sombras al rapala... jajaja
Da gracias, que en esta , como en otras ocasiones he estado ahí para poder echarte una mano. Bueno, la mano no te la eché a ti, sino al pescado, jejejeje.
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