miércoles, 12 de junio de 2013

Carná de Viejas

Miércoles de mediados de junio por la tarde, después de comer. Vistazo rápido a internet y vemos que la marea está baja. Perfecta para hacer lo que queremos. Ponte el bañador, pilla las chancletas, busca en un cajón de la cocina un bote de cristal con cierre hermético y sal zumbando con el coche hacia el mar, que nos esperan los cangrejos.

Cangrejos de poco tamaño, cuyo hábitat está entre las rocas de la costa, que con la bajada de la marea, ponen al descubierto su hogar. Pequeños amigos, de unos dos centímetros cuadrados de concha, que servirían de cebo en nuestras futuras salidas a la pesca de la vieja. Diminutos crustáceos, más conocidos por los lugareños como “carná de viejas”.

Llegamos al lugar previsto, una zona de poca profundidad y plagada de pequeñas rocas, ideal para que los cangrejos se escondan y correteen entre los pedruscos. Antes de tocar ni siquiera el agua, notamos que el sol aprieta y que hubiese sido conveniente ponernos una gorra. Manos a la obra, que antes de dos horas el agua empezará a subir y se hará más difícil, si cabe, nuestra tarea.

Nos dividimos en parejas, dos y dos. Para hacerlo un poco más divertido, nos jugamos unas cervecitas, a ver quién captura más. Como buscadores de tesoros, empezamos a levantar piedras y a mover pequeños ruscos, en busca de nuestros tan codiciados cangrejitos. Entablamos batalla con sus pequeñas pero fuertes pinzas, que algún que otro buen mordisco nos pegan. Pero, poco a poco, empiezan a caer en lo que para ellos son jaulas de cristal.

Empleamos diferentes estrategias. Por un lado, trabajamos en equipo, localizando primero la víctima entre los dos, luego uno lo inmoviliza con unas pinzas metálicas, mientras el otro por detrás, hace la captura. Por otro lado, cada uno va por donde cree conveniente, levantando piedras e ingeniándoselas, como puede, para tratar de acabar con el crustáceo dentro del bote. Las dos formas son válidas, las dos efectivas. Aun así, ninguno se libra de alguna dentellada de sus potentes tenazas.

Entre gritos, risas y alguna que otra caída debido a lo resbaladizo de las piedras, en un abrir y cerrar de ojos, pasa en torno a una hora. Ya llevamos casi un bote entre todos. No pinta nada mal la cosa. La marea empieza a subir, guareciendo a los cangrejos bajo una gruesa capa de agua. Hora de abandonar y dejarlo por este día. Habrá otras jornadas y otras bajamares que nos permitirán seguir luchando con ellos y con las piedras que los cobijan. Por hoy el cupo está ya completo.

Salimos de entre las rocas y nos dirigimos hacia los coches, debatiendo, por el camino, cual de las dos parejas ha cogido más. Al final no se llega a ningún acuerdo y se determina un empate. Cada uno se pagará su cerveza. Subimos al coche y rumbo a casa. Todavía no hemos acabado, queda por hacer la mitad del trabajo, prepararlos para que se conserven.

Ya en el domicilio, ponemos rumbo a la cocina, cogemos la olla grande, la llenamos de agua con un poco de sal y vinagre, y al fuego, hasta hervir. El burbujeo nos  indica que el brebaje está listo. Cangrejos al agua, que toca baño calentito. Al instante toman un fuerte color rojizo y tras dos minutos de reloj, se echan en una escurridera donde se enfrían pasándolos por  agua del grifo. Todos quedan rígidos, con las patas intactas, perfectos para tratar de engañar a cualquier pez. Se envasan en pequeños recipientes de cristal, echando un pequeño puñado de sal en cada tarro. Con unas treinta unidades por bote, se depositan en el congelador hasta su posterior uso como cebo.

A pesar del dolor en los dedos, debido a cortes y magulladuras infligidos por las pinzas de los pequeños cangrejos y las afiladas aristas de las rocas, disfrutamos de nuestras cervezas, bien merecidas. Mientras, comentamos entre bromas y risas los avatares y sucesos acaecidos durante esta pesca tan especial entre los roquedos. Finalmente se debate el qué, cómo y cuándo se hará con la captura del día. Soñando coger con ellos aquella vieja enorme que todos deseamos.


Apuramos el último amargo trago de cerveza, ya pocho por el calor. Tarde productiva, unos doscientos cangrejos en poco más de hora y media no están nada mal. Esperemos que este trabajo de sus frutos en futuras jornadas de pesca. Si no, de momento, el buen rato pasado con los amigos y el buen ambiente creado, no nos lo quita nadie. Pesca, risas y cervecitas en buena compañía, que todas las tardes sean así.



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