Por fin el
invierno parece irse, con ello vienen las hojas en los árboles, las
flores, el verdor del campo, el trinar masivo de los pájaros y todas
esas cosas que nos hacen ver, que el campo, empieza a engalanarse con
la opulencia de la primavera.
Son mediados
de marzo y como todos los años, por estas fechas, llegan las
truchas. Esas esquivas y asustadizas truchas de alta montaña.
Astutas y correosas, que se esconden el en los recovecos y ranuras
que dejan las abundantes piedras del río. Características por su
pequeño tamaño, debido a la altitud de su hábitat, pero no por
ello, menos bravas.
El río, más
que río una garganta, tiene agua no muy abundante en su cauce. Llena
de muchos y diversos charcos, de escueto tamaño y no excesiva
profundidad, en los que viven los tan ansiados peces. El poco caudal
de sus aguas, lo abrupto del terreno y la abundante vegetación de
los alrededores, hacen muy complicado el deambular por su rivera. Aún
así, toda dificultad es poca cuando desde pequeño has mamado la
pesca de este tipo de truchas.
Es temprano,
muy temprano. Por la ventana del comedor se puede ver que las luces
tenues de las farolas todavía iluminan las calles. Revisión del
rudimentario y simple equipo. Caña de unos cinco metros, ya mayor y
llena de marcas y arañazos debido a las miles de batallas a sus
espaldas; carrete simple y lo más ligero posible, asiduo compañero
de la caña; sedal de un diámetro fino, para engañar lo mejor
posible a las truchas; anzuelo del número seis y dos plomos de poco
gramaje unidos al sedal en el bajo de línea. Como cebo, una lombriz
de tierra, suculento bocado para cualquier tipo de pez de río. Solo
falta calzarnos las botas de goma, imprescindibles para poder pasar
las dificultades y trabas que la garganta nos propone. Listo para
pescar.
Salgo de
casa y lentamente comienza la subida de la pronunciada pendiente que
me lleva a donde supongo que se encentran las mejores truchas. Tras
un buen paseíto, la mañana empieza a despertar y las primeras luces
del alba comienzan a aparecer. Es buena hora. Montados los cinco
metros de caña y colocada la lombriz en el afilado anzuelo, me pongo
manos a la obra.
Primer
charco y primer lance. Una poza de unos dos metros de diámetro, con
un fluir de agua bastante vivo y una profundidad que varía de medio
a un metro. Poso el engaño sobre un lateral de la corriente,
haciendo así, que el señuelo baje, a lo largo del charco, a la
velocidad que marca el cauce. Esperando que alguna buena trucha esté
apostada, acechando el primer bocado del día. Después de siete
pasadas de sedal, ningún resultado. Será que hoy no tienen apetito.
Continúo
pescando, lanzando en uno y otro charco de la sinuosa garganta,
mientras me peleo con la maleza de sus márgenes. Pero, salvo algún
que otro enganchón de los plomos o el anzuelo con las piedras o con
alguna rama del fondo del río, nada. No hay noticias de las esquivas
pintonas.
Ascendiendo
por el riachuelo, mientras la mañana se vuelve más clara, llegando
a una pequeña poza. Diminuta, de poco más de medio metro de
diámetro, pero que parece tener una hondura considerable. Tras dudar
un momento, coloco la lombriz en sus aguas. Al poco de caer el
engaño, templo el sedal y comienzo a sentir pequeños tirocinios provenientes del final de la tanza, que hacen que se doble,
débilmente, la puntera de la caña. Aflojo el hilo un poco y pasado
un escaso segundo vuelvo a templar, notando una pequeña tensión.
Rápido tirón del hilo mientras elevo la caña a la vez, haciendo
así, que una pequeña trucha salga disparada del agua. El vuelo la
hace caer en uno de los márgenes, donde la recojo y observo que no
tiene más de unos doce centímetros de largo. Me apresuro a
devolverla y el minúsculo pescado se escabulle veloz entre mis
manos, buscando refugio debajo de una piedra.” Para el año que
viene darás la talla”.
Continúo mi
marcha por el río, tirando y lanzando allí donde creo que será
buen lugar para que esté esperando mi engaño una trucha. Saco un
par de ellas más, de pequeño tamaño, que regreso al agua tan
rápido como me es posible. Asimismo, la maleza del fondo del río se
queda con algún que otro anzuelo. No todo van a ser ganancias.
Impresionante
charco se muestra ante mí. Largo y profundo. Tiene muy buena pinta.
Pongo una lombriz nueva y la tiro al agua esperanzado. Este charco
debe de tener varias y buenas truchas. Cuando el cebo está hacia la
mitad de la poza, noto un gran tirón del hilo, que hace que la
puntera de la larga caña se introduzca en el agua. Inmediatamente,
cachetazo a la caña, arreón del hilo y con gran esfuerzo sale del
agua una espectacular trucha de unos treinta centímetros. Corro
apresurado hacia el lugar donde ha caído, entre unos helechos del
margen izquierdo. Tras buscar en la abundante vegetación, encuentro
el precioso pez. Es muy grande para lo que se suele pescar en este río.
Sigo montaña
arriba, embelesado en los charcos y las truchas. Sin enterarme de que
las horas pasan y pasan. El calor empieza a apretar y me doy cuenta
de que ya es tarde, que es hora de dejarlo por hoy y regresar. La
mañana no se ha dado mal, varias picadas y alguna que otra trucha.
Recojo los bártulos y salgo del río. Todavía me queda un buen
paseo hasta llegar a casa. Pero esta vez será cuesta abajo.
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