miércoles, 16 de octubre de 2013

Carpas de Primavera

Es abril bien entrado, los días se hacen mucho más largos y el sol empieza a picar cada vez con más fuerza. Toda la tarde caminando detrás de los esquivos black-bass sin conseguir ningún resultado. Será que todavía no a calentado lo suficiente o que la población de estos ha disminuido enormemente en este pantano.

Ante mi se presenta una inmensa cola, de poca profundidad. Un recoveco dónde, del agua, emergen grupos de espadañas y juncos de no mas de un metro de altura. Concentradas en torno a estos conglomerados vegetales y en un reducido espacio, se aprecian cientos de carpas que saltan, giran y corretean salpicando y haciendo parecer que el agua cobra vida.

Decido probar con vinilos, pikies, poper, paseantes, peces artificiales de una y mil formas y tamaños, cucharillas (con una plateada de hoja de oliva logro pillar un barbo de aproximadamente medio kilo) y todo lo que se me viene a la mente que creo pueda ser apetitoso para los pescados, pero ninguno se deja engañar.

A no muchos metros de distancia se encuentra otro pescador, acompañado por el que parece ser su hijo (un niño de unos ocho o nueve años, que inquieto observa todo lo que acontece a su alrededor). Estos tratan, por todos los medios, de hacerse con algún que otro ejemplar, obteniendo un resultado parecido al mio.

Tras varios lances con un pez artificial de unos diez centímetros de largo, mi ahora nuevo compañero, consigue enganchar una carpa por el lomo. Un bonito y dorado ejemplar que saca del agua no sin pocas dificultades. Lo desanzuela y se lo entrega al niño, que alegremente guarda la tan preciada presa en un rejón. Parece ser la primera captura del día.

Me acerco a ellos para ver la pieza y para comentar como y con que se ha desarrollado el lance. Entre chascarrillos de pesca y alguna que otra broma, el lugareño, me dice que él consume dicho pescado y que es un plato muy típico de la zona. Le indico que si quiere, con gusto, le podría ayudar a llenar su cesta, a lo cual accede encantado.

Rebusco entre mis innumerables trastos de pesca, intentando localizar una potera de robo. Un anzuelo de tres ganchos, de un tamaño más que considerable, con el que pretendo capturar alguna que otra buena pieza.

(El robo, es un arte de pesca mediante el cual el pez no pica, sino que es el pescador el encargado de capturar directamente su presa. Requiere tener mucha puntería en el lanzado y recogida del sedal, así como habilidad a la hora de clavar el pescado en el anzuelo. Es un método efectivo de pesca cuando los peces no comen y cuando se pretende llevar las capturas para casa con fines culinarios.)

Dicho y hecho. Ato el triple gancho al final de la linea y me pongo manos a la obra. A unos seis metros de distancia, localizo unas nueve o diez carpas de un peso aproximado de un kilogramo y lanzo mi aparejo. La potera cae unos dos metros mas allá del lugar en el que se encuentran los esquivos pescados. Poco a poco recojo en sedal, acercando el apero a los peces y cuando se encuentra a unos pocos centímetros de estos, doy un fuerte tirón y noto como la caña se tuerce bruscamente y el freno del carrete empieza a cantar una sinfonía celestial para mis oídos. Aprieto el freno y a pelear como un poseso con el poderoso ciprínido. Tras escasos tres minutos de pelea consigo acercarlo a la orilla. Lo saco del agua y le quito el tosco anzuelo que esta aferrado a su lomo. Llamo al niño, que esta ensimismado con el lance. Este se acerca a mi con desconfianza, como un perrillo asustado y tras coger la carpa se aleja corriendo con el pez en sus manos como si le hubiese entregado el tesoro mas preciado. Se lo enseña orgulloso a su padre y rápidamente lo mete en la red.

Poco a poco va pasando la tarde y una tras otra se van repitiendo las capturas, la cesta cada vez pesa más y el agua cada vez hierve menos. Los brazos comienzan a doler ante el continuo tirar de las fuertes carpas. Están siendo muchas las capturas.

El sol empieza a esconderse y se va cerrando el telón de lo que ha sido una bonita tarde de pesca de carpas a robo. He disfrutado pescando como hacía tiempo que no lo hacía. Orgulloso de mi mismo por las capturas realizadas y poniendo de manifiesto que la suerte en este tipo de pesca es más bien secundaria y que es necesario tener cierta habilidad para lograr pillar a los peces con un simple anzuelo de tres ganchos.

Camino al coche me fijo en el niño, el pequeño lleva una sonrisa enorme en la cara, corretea en torno nuestra y rememora algún que otro lance acontecido a lo largo de la jornada. Seguro que esta no es la última vez que pesca carpas.




“Con mucho cariño para Diego. En el fondo yo se que tu este tipo de pesca la entiendes.”